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viernes, 12 de diciembre de 2014

Vida de estos animales lindos matarlos no era una opción



Vida de estos animales lindos matarlos no era una opción
Animales En Peligro De Extinsion
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«Cabárceno no puede mancharse las manos con una matanza de lobos que daña el prestigio ganado durante años por profesionales que han convertido el parque en un referente»
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El parque zoológico que ha matado a ocho lobos, toda su manada de adultos, porque se habían convertido en un problema es el mismo que gastó miles de euros de dinero público y dedicó años de trabajo a salvar a un solo osezno. Aquel plantígrado, que también era un problema, es hoy uno más entre los ochenta del recinto, donde raro es el año en que no muere alguna cría por el infanticidio que practican los machos adultos, igual que en la vida salvaje. ¿Por qué era importante entonces invertir en aquel osezno? Porque se supone que Cabárceno, centro de referencia en la reproducción en cautividad de especies en peligro de extinción, debe ser también modélico en la gestión de sus colonias de animales nativos y en la formación de conciencia cívica en defensa de la fauna. Porque aquel cachorro de oso pardo de origen balcánico fue víctima del tráfico ilegal y el Gobierno de Aragón confió su custodia al que consideraba el mejor centro de España en la atención a esta especie.
Si a cualquier zoológico la sociedad y la ley le exigen que vele por los derechos de los animales que exhibe –muchos de ellos, como el lobo ibérico, cedidos por programas europeos de cría en cautividad–, con mayor celo debe responsabilizarse de ellos un zoológico de gestión pública. Cabárceno no puede mancharse las manos con una matanza de lobos, y el Gobierno del que depende el parque no puede despachar el asunto con una nota en la que alega que se procedió así con el «objetivo de garantizar la viabilidad de esta especie y conseguir la reproducción y pervivencia de la misma». Decisiones políticas o de gestión equivocadas y reprobables hacen daño a una reputación ganada durante años con el trabajo de profesionales que han hecho del parque un centro europeo de excelencia en la cría en cautividad del elefante africano, un referente en investigación sobre el oso pardo o que han conseguido notables éxitos en la reproducción de otras especies en peligro de extinción como el gorila de llanura, el rinoceronte blanco, el asno somalí o la cebra de Grévy.
Aragón’, el oso decomisado por el Seprona a dos traficantes en 2010, se convirtió en un símbolo para el parque de la naturaleza cántabro. El plan para integrar a este animal con sus congéneres revalorizó la marca Cabárceno y prestigió la política de recuperación de fauna salvaje del parque. Ni siquiera la inversión de dinero público en la causa puede ser cuestionada, puesto que acabó por ser rentable, al revelarse ‘Aragón’ como un potente reclamo para visitantes. Matar a tiros a los lobos, a todos los lobos adultos, perjudica la marca Cabárceno, igual que la deterioró en 2012 tener encerrada durante diez meses en una cuadra a una vieja osa que había vivido siempre en libertad en la cordillera cantábrica y que ya no estaba en condiciones de seguir en los montes. Sólo cuando el asunto se hizo público las Administraciones se decidieron a invertir en habilitar un recinto en el parque adecuado para atender estos casos. Pero ‘La Güela’ murió enclaustrada antes de que se acometiera la obra y se suspendió el proyecto.
La gestión de manadas de felinos, cánidos y otros carnívoros que en libertad son territoriales y solitarios o que se organizan en grupos muy jerarquizados es muy compleja y requiere de alta cualificación y dilatada experiencia. Obliga, según los casos y los tiempos, a criar camadas simultáneas, a separar grupos por edad o por sexo, a aislar a animales en época de celo, a duplicar recintos, a intercambiar individuos con otros zoológicos. Aun así siempre existe la posibilidad de que acaben por matarse entre ellos, como ha ocurrido ya en Cabárceno con dos manadas de tigres. En el caso de los grandes felinos se puede esterilizar a algunos ejemplares o administrarles anovulatorios. No se toman esas medidas con los cánidos porque el macho y la hembra alfa, que son los que se reproducen, sufren todo tipo de desarreglos y pierden la dominancia cuando se les trata con anticonceptivos. El método al que se recurre en caso de superpoblación es la eutanasia aplicada a los cachorros en cuanto nacen. Feo, pero aceptado en la práctica zoológica.
Puede entenderse el sacrificio de un animal que se ha vuelto agresivo y liquida a sus semejantes o que representa un peligro para los cuidadores. Pero cuesta asimilar que no quepa otra salida que matar a toda una manada sana y adulta. Y a tiros, incluso en el hipotético caso de que se les hubiera sedado previamente. Sacrificar animales del mundo ha de ser siempre la última opción para un zoológico y, si hay razones objetivas para eliminarlos, hay que elegir la mejor forma para que ellos ni se enteren ni sufran. Precisamente porque sacrificar ejemplares debe ser la excepción, no cabe escatimar gastos en el trance.
Tampoco es admisible que en un lugar como Cabárceno, con la filosofía que lo distingue, se recluya en jaulones, por mucho que se les quiera llamar reservas, a los individuos que dejan de ser compatibles con el resto del grupo. Recintos como el de los elefantes, el de los hipopótamos, el de los osos, entre otros, son ejemplos creíbles de vida en semilibertad, espacios en los que los animales, salvando las distancias, pueden desarrollar pautas de comportamiento similares a las que los caracterizan en la vida salvaje. Pero los lobos, jaguares o tigres que no pueden convivir con el resto quedan recluidos y desarrollan movimientos estereotipados, propios de su confinamiento en espacios a todas luces reducidos. Si la dicotomía es invertir o matar, la última opción sigue siendo matar.

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